07/02/10
Ya cuando reseñé "Satanás" había hablado de que no sería el único papel del magnífico Damián Alcázar como asesino. Aunque tampoco había visto entonces alguna de las otras películas. Ian insistía en que ésta le gustaba más y que, claro, no teníamos por qué negarnos a películas sobre asesinos.
"Usted no sabe lo que es tener un infierno dentro, y por más que quiera nunca poder alejarse de él"
La ventaja de las películas que advierten que están únicamente vagamente inspiradas en un caso real es que nos dejan claro desde el principio que no debemos abundar en las similitudes y diferencias. En este caso, la historia real es el asesino colombiano Luis Alfredo Garavito, conocido como la bestia de Génova. En el caso de la película nos trasladamos a Ecuador, con el caso del monstruo de Babahoyo.
El giro inicial de la historia me gusta particularmente porque nos da la sensación de que nos topamos con un misterio cuando en realidad no lo estábamos buscando directamente, a diferencia de la mayoría de películas de asesinos. Un grupo de reporteros, dirigidos por el famoso Manolo Bonilla, se encuentran en un pequeño pueblo ecuatoriano reportando todo cuanto pueda parecer interesante alrededor. Comenzando por el entierro de varias víctimas recién encontradas de un asesino serial de niños. Más que la conmoción por los sucesos lo que vemos es la parafernalia televisiva con que se captan dichas situaciones: camarógrafos moviendo a madres que lloran sobre pequeñas tumbas para que puedan verse claramente en las cámaras. Entonces Manolo Bonilla está a punto de entrevistar a un niño, hermano gemelo de una de las víctimas, cuando este sale corriendo tras un balón y al cruzar la calle imprudentemente es atropellado.
No hay que explicar la reacción del padre ante la muerte del único hijo que le quedaba y los acontecimientos que suelen suceder en pueblos pequeños ante estallidos de violencia. El conductor asesino se salva apenas por poco de ser quemado vivo, todo gracias al superhéroe reportero Bonilla. Léase esto con sarcasmo.
Después de todo esto, ¿qué más podría contarse de interesante de un pueblo? Un rápido vistazo a las condiciones de las cárceles y los reporteros están a dos pasos de seguir la siguiente noticia. En la cárcel se encuentran de nuevo con Vinicio Cepeda, el magnífico Damián Alcázar, que mientras se resuelve su caso es amenazado de muerte constamente por los demás presos involucrados en su caso. Sabe que si Manolo Bonilla hace un reportaje sobre la situación, a la justicia no le quedará más remedio que soltarlo, y para que los reporteros acepten está dispuesto a cualquier cosa. Esto es, a dar datos exactos de las actividades recientes del monstruo de Babahoyo.
Tampoco es que no lo viéramos venir, pero este hombre pasa en un momento de ser un tranquilo hombre de familia que apartó su vista dos segundos del volante, a ser el ¿confidente? del mayor asesino serial ecuatoriano (bueno, lo cierto es que no me viene ningún otro asesino serial ecuatoriano a la mente). Durante una serie de entrevistas entrecortadas, a medio contar, contra todos los planes que Bonilla tenía para esas semanas, va cautivando y convenciendo al reportero que lo que tiene en frente es una gran historia. Y nadie sino él está ahí para conseguirla.
El verdadero deleite es que jamás se nos dice directamente que Cepeda sea el asesino, aunque todo parece indicarlo claramente (y aunque Ian dice que ciertos indicios son más que obvios, pero esa es su opinión). Y es un detalle trivial, porque finalmente no podría ser de otro modo, pero el simple hecho de no pronunciarlo le da un toque magnífico al final de la película. A mi parecer, claro.
Aunque no todo es alegría. Con todo debo decir que "Satanás", como historia completa, me gusta mucho más, y es que en el caso de "Crónicas" se cometieron algunos errores fundamentales. Primero, los actores. Supongo que en un afán por llamar la atención sobre una producción como ésta, se buscaron estrellitas que no brillaron tanto. La primera, sin duda, es John Leguizamo, quien es el reportero estrella. De entrada no me gusta mucho como actor, luego el peso de un protagónico no le viene demasiado bien, y finalmente consigue crear un personaje plano, odioso y que no consigue ni ser empático ni antagónico. La segunda, aunque no tan grave, es Leonor Watling, quien cada vez me parece más irregular. Presupongo que se esperaba que su personaje tuviera más peso y tratan de darle cierta profundidad que jamás consigue. Es triste pero lo mejor del equipo de reporteros es el camarógrafo mexicano que ni siquiera aparece mucho.
Y ese es el segundo gran error, que se descuida demasiado la parte exterior de la historia, lo que sucede cuando Cepeda no está narrando. Mientras que todo lo que sucede dentro de la cárcel parece de lo más cuidado, el manejo de la relación entre los reporteros y la justicia del país, partes de las investigaciones, esa visión del intromisor en un ambiente hostil, no termina por quedar bien parada. Ni sirve para resaltarlos demasiado como algo ajeno, ni los compenetra bien, ni podemos creernos demasiado sus personajes.
Una pena porque diría, paradójicamente, que incluso me gusta mucho más este personaje asesino de Alcázar que el que tiene en "Satanás". Psicologías muy distintas y una gran interpretación en ambos casos.
También es una historia que gana mucho no sólo en el caso en sí, sino en la visión de las cámaras. La idea de que los reporteros puedan no sólo estar haciendo una loable labor en el sitio a donde van sino que de alguna manera explotan las condiciones decadentes de estos lugares en beneficio propio. Y ahí es donde faltó fuerza.
Ya cuando reseñé "Satanás" había hablado de que no sería el único papel del magnífico Damián Alcázar como asesino. Aunque tampoco había visto entonces alguna de las otras películas. Ian insistía en que ésta le gustaba más y que, claro, no teníamos por qué negarnos a películas sobre asesinos.
"Usted no sabe lo que es tener un infierno dentro, y por más que quiera nunca poder alejarse de él"
La ventaja de las películas que advierten que están únicamente vagamente inspiradas en un caso real es que nos dejan claro desde el principio que no debemos abundar en las similitudes y diferencias. En este caso, la historia real es el asesino colombiano Luis Alfredo Garavito, conocido como la bestia de Génova. En el caso de la película nos trasladamos a Ecuador, con el caso del monstruo de Babahoyo.
El giro inicial de la historia me gusta particularmente porque nos da la sensación de que nos topamos con un misterio cuando en realidad no lo estábamos buscando directamente, a diferencia de la mayoría de películas de asesinos. Un grupo de reporteros, dirigidos por el famoso Manolo Bonilla, se encuentran en un pequeño pueblo ecuatoriano reportando todo cuanto pueda parecer interesante alrededor. Comenzando por el entierro de varias víctimas recién encontradas de un asesino serial de niños. Más que la conmoción por los sucesos lo que vemos es la parafernalia televisiva con que se captan dichas situaciones: camarógrafos moviendo a madres que lloran sobre pequeñas tumbas para que puedan verse claramente en las cámaras. Entonces Manolo Bonilla está a punto de entrevistar a un niño, hermano gemelo de una de las víctimas, cuando este sale corriendo tras un balón y al cruzar la calle imprudentemente es atropellado.
No hay que explicar la reacción del padre ante la muerte del único hijo que le quedaba y los acontecimientos que suelen suceder en pueblos pequeños ante estallidos de violencia. El conductor asesino se salva apenas por poco de ser quemado vivo, todo gracias al superhéroe reportero Bonilla. Léase esto con sarcasmo.
Después de todo esto, ¿qué más podría contarse de interesante de un pueblo? Un rápido vistazo a las condiciones de las cárceles y los reporteros están a dos pasos de seguir la siguiente noticia. En la cárcel se encuentran de nuevo con Vinicio Cepeda, el magnífico Damián Alcázar, que mientras se resuelve su caso es amenazado de muerte constamente por los demás presos involucrados en su caso. Sabe que si Manolo Bonilla hace un reportaje sobre la situación, a la justicia no le quedará más remedio que soltarlo, y para que los reporteros acepten está dispuesto a cualquier cosa. Esto es, a dar datos exactos de las actividades recientes del monstruo de Babahoyo.
Tampoco es que no lo viéramos venir, pero este hombre pasa en un momento de ser un tranquilo hombre de familia que apartó su vista dos segundos del volante, a ser el ¿confidente? del mayor asesino serial ecuatoriano (bueno, lo cierto es que no me viene ningún otro asesino serial ecuatoriano a la mente). Durante una serie de entrevistas entrecortadas, a medio contar, contra todos los planes que Bonilla tenía para esas semanas, va cautivando y convenciendo al reportero que lo que tiene en frente es una gran historia. Y nadie sino él está ahí para conseguirla.
El verdadero deleite es que jamás se nos dice directamente que Cepeda sea el asesino, aunque todo parece indicarlo claramente (y aunque Ian dice que ciertos indicios son más que obvios, pero esa es su opinión). Y es un detalle trivial, porque finalmente no podría ser de otro modo, pero el simple hecho de no pronunciarlo le da un toque magnífico al final de la película. A mi parecer, claro.
Aunque no todo es alegría. Con todo debo decir que "Satanás", como historia completa, me gusta mucho más, y es que en el caso de "Crónicas" se cometieron algunos errores fundamentales. Primero, los actores. Supongo que en un afán por llamar la atención sobre una producción como ésta, se buscaron estrellitas que no brillaron tanto. La primera, sin duda, es John Leguizamo, quien es el reportero estrella. De entrada no me gusta mucho como actor, luego el peso de un protagónico no le viene demasiado bien, y finalmente consigue crear un personaje plano, odioso y que no consigue ni ser empático ni antagónico. La segunda, aunque no tan grave, es Leonor Watling, quien cada vez me parece más irregular. Presupongo que se esperaba que su personaje tuviera más peso y tratan de darle cierta profundidad que jamás consigue. Es triste pero lo mejor del equipo de reporteros es el camarógrafo mexicano que ni siquiera aparece mucho.
Y ese es el segundo gran error, que se descuida demasiado la parte exterior de la historia, lo que sucede cuando Cepeda no está narrando. Mientras que todo lo que sucede dentro de la cárcel parece de lo más cuidado, el manejo de la relación entre los reporteros y la justicia del país, partes de las investigaciones, esa visión del intromisor en un ambiente hostil, no termina por quedar bien parada. Ni sirve para resaltarlos demasiado como algo ajeno, ni los compenetra bien, ni podemos creernos demasiado sus personajes.
Una pena porque diría, paradójicamente, que incluso me gusta mucho más este personaje asesino de Alcázar que el que tiene en "Satanás". Psicologías muy distintas y una gran interpretación en ambos casos.
También es una historia que gana mucho no sólo en el caso en sí, sino en la visión de las cámaras. La idea de que los reporteros puedan no sólo estar haciendo una loable labor en el sitio a donde van sino que de alguna manera explotan las condiciones decadentes de estos lugares en beneficio propio. Y ahí es donde faltó fuerza.
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