20/03/10
Cuando estaba en mi momento de adoración a Álex de la Iglesia algunas personas me recomendaron "El día de la bestia" como su película favorita del director. Ya había tenido gratas experiencias con "Acción mutante" y "Crimen ferpecto" así que no dudé en darle una oportunidad cuando se me presentara el día con la imperiosa necesidad de una película cómica.
"Este es un mensaje para los diez millones de gilipollas que están viendo este programa. El fin del mundo es esta noche, ¿entienden? Esta misma noche"
Es curioso porque se podría decir que, básicamente, lo que de la Iglesia hace es satirizar a todos los géneros de cine que probablemente le gustan: ya se había visto con la ciencia-ficción y con los thrillers. Con "El día de la bestia" la cosa va obviamente hacia las películas del fin del mundo, donde se conjugan una serie de elementos necesarios: un sacerdote, una profecía, algún personaje con sensibilidad paranormal, y el momento adecuado para que todo suceda.
Ahora, ¿y si todo eso va a suceder en Madrid si el único cura que se ha dado cuenta del asunto no lo detiene? Y ahí tienen a un sacerdote, recorriendo sin rumbo las calles de la capital española mientras se esfuerza por hacer todo el mal posible (ya se sabe: robarle las maletas a alguien que pasa, no ser educado, ajam) mientras se entera de quién puede ayudarle a invocar al demonio. Un satánico, eso está más que claro, y con el primero que se topa es con José Mari, metalero que trabaja en una tienda de discos y que lo ayuda hasta a conseguir hostal. Ahora, como tampoco tiene demasiada idea, tendrán que llegar de un modo u otro al profesor Cavan, una suerte de guía esotérico que pasa por la televisión y que cada ciertos episodios realiza un exorcismo o alguna parafernalia. Sin duda es el personaje necesario para llevarlo todo a buen fin, ¿o no?
Sin duda lo más hilarante de la película es que con lo absurdo de la premisa se evidencia en general en qué consisten las premisas de todo este tipo de películas: un sacerdote (o estudioso teológico al caso) por alguna circunstancia inaudita se termina enterando de un misterio legendario sobre el fin del mundo o similares. Siempre sabe qué es lo que se tiene que hacer para evitarlos pero aún así se tarda una eternidad en salvar a la humanidad. Y no podría ser para menos. Y como el anticristo puede nacer millones de veces en Estados Unidos (que tiene el presupuesto para ello, será), pues también podría nacer en Madrid o en cualquier otro lado.
Desgraciadamente, a pesar de que tiene unas excelentes críticas la película y muchos coinciden en que es lo mejor de Álex de la Iglesia, diría que a mí uno de los elementos fundamentales no me gustó demasiado y eso arruinó bastante el resto de la película para mí. El cura. La piedra elemental de la película me pareció un personaje bastante pobre, que reproduce un estereotipo de tonto-bueno hasta lo imposible que después de un rato de ocurrencias ya no da risa sino un poco de lástima. Entiendo que parte de su no enterarse de nada sirve para que la trama se vaya moviendo pero por momentos llega a ser desesperante. Una pena porque sus acompañantes, José Mari y sobre todo el profesor Cavan son sencillamente fantásticos. Son extravagantes, absurdos, pero consiguen que su papel se desarrolle de buena manera, y, sobre todo, al participar casi incidentalmente en todo el proceso, hasta resultan algo creíbles en ese aspecto. Porque, digo, si se presenta un sacerdote chiflado pidiéndote que lo ayudes a detener al demonio, sin duda que suena como una excelente y original manera de pasar tu navidad.
Sí es una película buena, pero el humor ya no me atrapó tanto como en las otras ocasiones. Diría que quizá por caer a veces en lo tonto pero tampoco creo que sea eso, porque en general muchos chistes de ese tipo me parecían que funcionaron en las otras dos películas mencionadas del director.
Con todo, creo que me arriesgaré con "Perdita Durango". Pero próximamente.
Ajam, referente a la Durango, debo decir que encuentro sumamente gracioso que alguien tenga un segundo nombre o apellido como un estado mexicano. ¿Sabían que Anthony Quinn se llamaba en realidad Antonio Rudolfo Oaxaca Quinn?
Lo sé, hilarante.
Cuando estaba en mi momento de adoración a Álex de la Iglesia algunas personas me recomendaron "El día de la bestia" como su película favorita del director. Ya había tenido gratas experiencias con "Acción mutante" y "Crimen ferpecto" así que no dudé en darle una oportunidad cuando se me presentara el día con la imperiosa necesidad de una película cómica.
"Este es un mensaje para los diez millones de gilipollas que están viendo este programa. El fin del mundo es esta noche, ¿entienden? Esta misma noche"
Es curioso porque se podría decir que, básicamente, lo que de la Iglesia hace es satirizar a todos los géneros de cine que probablemente le gustan: ya se había visto con la ciencia-ficción y con los thrillers. Con "El día de la bestia" la cosa va obviamente hacia las películas del fin del mundo, donde se conjugan una serie de elementos necesarios: un sacerdote, una profecía, algún personaje con sensibilidad paranormal, y el momento adecuado para que todo suceda.
Ahora, ¿y si todo eso va a suceder en Madrid si el único cura que se ha dado cuenta del asunto no lo detiene? Y ahí tienen a un sacerdote, recorriendo sin rumbo las calles de la capital española mientras se esfuerza por hacer todo el mal posible (ya se sabe: robarle las maletas a alguien que pasa, no ser educado, ajam) mientras se entera de quién puede ayudarle a invocar al demonio. Un satánico, eso está más que claro, y con el primero que se topa es con José Mari, metalero que trabaja en una tienda de discos y que lo ayuda hasta a conseguir hostal. Ahora, como tampoco tiene demasiada idea, tendrán que llegar de un modo u otro al profesor Cavan, una suerte de guía esotérico que pasa por la televisión y que cada ciertos episodios realiza un exorcismo o alguna parafernalia. Sin duda es el personaje necesario para llevarlo todo a buen fin, ¿o no?
Sin duda lo más hilarante de la película es que con lo absurdo de la premisa se evidencia en general en qué consisten las premisas de todo este tipo de películas: un sacerdote (o estudioso teológico al caso) por alguna circunstancia inaudita se termina enterando de un misterio legendario sobre el fin del mundo o similares. Siempre sabe qué es lo que se tiene que hacer para evitarlos pero aún así se tarda una eternidad en salvar a la humanidad. Y no podría ser para menos. Y como el anticristo puede nacer millones de veces en Estados Unidos (que tiene el presupuesto para ello, será), pues también podría nacer en Madrid o en cualquier otro lado.
Desgraciadamente, a pesar de que tiene unas excelentes críticas la película y muchos coinciden en que es lo mejor de Álex de la Iglesia, diría que a mí uno de los elementos fundamentales no me gustó demasiado y eso arruinó bastante el resto de la película para mí. El cura. La piedra elemental de la película me pareció un personaje bastante pobre, que reproduce un estereotipo de tonto-bueno hasta lo imposible que después de un rato de ocurrencias ya no da risa sino un poco de lástima. Entiendo que parte de su no enterarse de nada sirve para que la trama se vaya moviendo pero por momentos llega a ser desesperante. Una pena porque sus acompañantes, José Mari y sobre todo el profesor Cavan son sencillamente fantásticos. Son extravagantes, absurdos, pero consiguen que su papel se desarrolle de buena manera, y, sobre todo, al participar casi incidentalmente en todo el proceso, hasta resultan algo creíbles en ese aspecto. Porque, digo, si se presenta un sacerdote chiflado pidiéndote que lo ayudes a detener al demonio, sin duda que suena como una excelente y original manera de pasar tu navidad.
Sí es una película buena, pero el humor ya no me atrapó tanto como en las otras ocasiones. Diría que quizá por caer a veces en lo tonto pero tampoco creo que sea eso, porque en general muchos chistes de ese tipo me parecían que funcionaron en las otras dos películas mencionadas del director.
Con todo, creo que me arriesgaré con "Perdita Durango". Pero próximamente.
Ajam, referente a la Durango, debo decir que encuentro sumamente gracioso que alguien tenga un segundo nombre o apellido como un estado mexicano. ¿Sabían que Anthony Quinn se llamaba en realidad Antonio Rudolfo Oaxaca Quinn?
Lo sé, hilarante.
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