9.8.14

Podría escribir siempre sobre Hirokazu Koreeda, no sólo uno de los mejores directores japoneses contemporáneos sino un nombre clave en cualquier revisión histórica de la cinematografía de este país. Y ya era hora que nos tocara hablar de "Still walking".



"Lo peor es no tener a nadie a quien odiar"
Koreeda ha convertido gran parte de su filmografía en una poética de lo perdido, retratado a través de imágenes familiares y mucha luz. Acercándose al drama como una parte fundamental de la vida, pero que no le resta ni su belleza ni su inmutable capacidad de seguir transcurriendo. En "Still walking", una de sus más celebradas películas, la vida y la muerte conviven en la reunión familiar por el aniversario de la muerte de un hijo, de un hermano. 

Quince años han pasado desde que el hijo mayor de los Yokoyama muriera ahogado. Una parte de sus vidas se detuvieron en ese momento, sobre todo la de los padres que siguen aferrados a un recuerdo que no volverá. Los otros dos hijos han crecido y formado sus propias familias, y regresan al hogar familiar para una extraña, festiva pero triste celebración. En esta compleja dinámica familiar la muerte no ha sido la única complicación para los que quedaron, quienes tienen que luchar también con los sentimientos y los problemas que se han quedado estancados en el pasado. Pero la figura del hermano muerto, del gran ausente, sigue siendo un capitel sobre el que se construye todavía la vida en el hogar Yokoyama.

Cada una de las películas de Koreeda son una demostración de su enorme capacidad para retratar la complejidad humana. Sus recovecos, sus relaciones. Lo bello y lo triste. Y en este caso concreto se detiene en la particular dinámica que una familia ha construido a través de sus desgracias, sosteniéndose sobre ellas para poder continuar de alguna forma su vida. Los entrañables momentos familiares se tiñen por momentos de silencios, de todo lo que se ha quedado atrapado dentro y ya no es posible salir a flote. Retratando de manera apasionada pero sin sutilezas las manifestaciones más duras y más crueles del dolor. De esos momentos de los que uno nunca termina de escapar. 

Con un candor y una luminosidad que nos recuerdan a los dramas familiares clásicos japoneses, Koreeda construye un vasto universo familiar en movimiento. Un universo que, pese a todo, sigue caminando. 

Creo que no es necesario enfatizar más lo mucho que me gusta este director, ¿no?




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