28.9.13

Yo termino viendo las películas por las razones más nimias. ¿Futuros distópicos sesenteros? I'm in.



"30 is dead, man. That's to much. The only thing that blows your mind when you're 30 is getting guys to kill other guys. Only in another city or country, where you don't see it"
Y precisamente por ser razones nimias es que termino muchas veces haciéndome una idea un poco equivocada de la película. Yo quería el futuro distópico ya, una suerte de visión retro cyberpunk que condenase la vejez como la peor de las cosas. Y pues, la película tarda un poco en llegar a ese punto. Que no es nada cyberpunk, además.

Max Flatow fue un niño problemático desde los inicios, que daba señales tempranas de que podría terminar siendo un terrorista o un asesino. Pero la vida no siempre es así, y cuando escapa de casa siendo joven lo hace para resurgir años después como Max Frost, músico e ídolo de masas. Un intento político de utilizarlo para dar buena imagen a una campaña termina por revertirse cuando Frost toma las riendas de su discurso y va presionando al gobierno para disminuir la edad mínima para votar. Y ya saben lo que pueden hacer los ídolos de masas. Frost lo que pretende es cambiar al país a través de su visión juvenil y fatalista del mundo, y por suerte cuenta con un número abrumador de fanáticos dispuestos a llegar a las últimas consecuencias por él.

Si bien "Wild in the streets" se dirige rápidamente hacia un panorama de ficción extrema, parte de un retrato no demasiado alejado de la realidad estadounidense en aquellos años, quizá en sus detalles más banales. La idolatría a los ídolos musicales, las filosofías hippies, las sectas alternativas, en un momento en que tras la Guerra Fría y Vietnam el gobierno de Estados Unidos no tenía la mejor imagen de cara a la sociedad, sobre todo la joven. A partir de ahí es que se plantea el quiebre: Max Frost, ideólogo del nuevo mundo, representa y no esa evasión juvenil de la realidad, pero a través de ella es que pretende dar cara a la hipocresía de *el mundo adulto*. El juego de culpas no tiene fin pero se aprovecha para justificar la construcción de una suerte de dictadura de la imagen, un intento de utopía de la juventud que obviamente trae consigo sus propios fantasmas, que pueden entenderse de manera directa en la misma historia del propio protagonista. 

Con un increíble potencial, quizá porque la película no termina de definirse entre su aire rockanrolesco y su mensaje político, es que no destacó demasiado en su momento ni lo ha hecho a futuro. Sobre todo que en las décadas siguientes el cine se llenaría de otros universos más distópicos y más arriesgados en comparación. Con todo no deja de ser una pequeña pieza interesante y entretenida. 
Y bueno, imagínense que en ese futuro después de los 30 uno ya era viejo. 




¿Otras películas sobre recelo entre generaciones que recuerden?

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