1.3.10



26/02/10
Nunca me llamó demasiado la atención la historia de "Billy Elliot", aunque es un musical bastante sonado y representado. Con todo supuse que sería el tipo de películas que le gustaría ver a mi hermana y me dispuse a conseguirla para algún viaje que nos tocara entretenernos.



"I don't want a childhood. I want to be a ballet dancer"

A estas alturas supongo que todos saben de qué va la obra de "Billy Elliot". O quizá no porque yo incluso tenía una cierta idea no demasiado exacta de ella antes de verla. Evidentemente hay un niño que baila, eso lo vemos en todos los posters, pero el punto es que Billy, hijo de una familia problemática donde el padre y el hermano mayor se pasan todos los días en huelgas a favor de los trabajadores mineros, se ve obligado a ser, pues, el prototípico hijo de familia trabajadora. Eso significa que debe ser muy hombre y pelear box, como todos en la familia. Pero Billy es patoso y no le gusta el box, aunque tampoco parecen gustarle demasiadas cosas. Hasta que el grupo de ballet llega a prácticar en el mismo salón que las clases de box y comienza a interesarse por ese extraño baile donde todas las niñas andan con mallas y de puntitas.

Lo verdaderamente interesante acerca de "Billy Elliot" es que pudiendo ser una película emotivamente fácil, decide no serlo. Es decir, uno espera que el niño descubra la pasión por la música y se rebele contra todos los intransigentes que lo juzgan por sus inclinaciones y persiga su sueño. Todo con muchos colores, números musicales y tonadas soñadoras que hablen de seguir los sueños. Y digo, de manera general más o menos así suceden las cosas, pero tampoco es tan edulcorado como uno podría esperar de un musical.
Es decir, Billy ha crecido con el estigma de que bailar es para las niñas, y aunque no niega su interés por la actividad tampoco es que sencillamente se muestre con tonadas femeninas, ni con una fantasía imposible. De hecho, con todo y su facilidad y gusto para bailar, Billy se mantiene bastante en la misma línea inicial: es un niño, con los problemas de un niño, y aunque le gusta bailar tampoco tiene demasiado claro lo que quiere en la vida. De alguna manera quiere y respeta a su familia aunque no lo entiendan, y tampoco es que vaya a travestirse de un momento a otro y cantar canciones de colores. Billy Elliot, con todo y su corta edad, es bastante congruente consigo mismo, y esa congruencia es la que nos hace confiar realmente en el detalle fundamental de la película: que le gusta bailar, que lo hace bastante bien, y que está dispuesto a pasar por el ridículo que eso implica para seguir haciéndolo. A partir de ese punto, esa cierta obstinación de niño, es que la película cobra un cariz mucho más interesante que otros maniqueos musicales absurdamente felices.

Luego están los detalles que le dan obviamente el toque perfecto: la abuela adorable, la maestra de ballet mala leche y sobre todo el mejor amigo travesti de Billy. Que es terriblemente encantador. O será que me encantan los travestis.
Y las secuencias de baile son bastante buenas, aunque nunca se explica demasiado bien porque, si se pasa la primera parte de la película bailando ballet, luego en sus coreografías finales baila una suerte de tap. Aunque tampoco nos interesa demasiado, porque se ve mejor que los saltitos de ballet.

Sin duda es una de esas películas que sabemos que son eminentemente emotivas pero tampoco las sentimos tan directas. Tiene el mensaje claro de que debemos seguir tus sueños aunque todos se burlen de ellos, pero no nos lo presenta de una manera terriblemente exagerada en que no podamos aplicarlo a la vida diaria. Y resulta, más bien, inspiradora y tierna. Que supongo que es la idea cuando tienes un musical cuyo protagonista es un niño que baila.



Hasta la vería ahora en obra teatral, sin duda. Es que esos bailecitos te atrapaban.

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